Empleados y voluntarios sacan adelante tanto el comedor como el resto de los servicios ofrecidos por la entidad en Logroño
Sor Benedicta atiende en la recepción. Ella es la primera persona que se encuentran aquellos que visitan las instalaciones de la Cocina Económica por las mañanas. Cerca de ella está Leyre. Falta poco para las doce de la mañana y no demasiado lejos, a escasos metros y entre fogones, Pilar corta ajos acompañada de dos hermanas, Naoual y
Wahiba. Son las encargadas de elaborar el menú del día, en este caso espaguetis con verduras y atún y albóndigas. «Nosotros damos primer plato, segundo y postre», había especificado poco antes el nuevo presidente de la entidad, Luis Álvarez, durante su presentación en sociedad ante la prensa. No mentía. Este jueves, de postre, tocaba pera.
Wahiba dice llevar «poco tiempo» trabajando en la Cocina Económica. «Tres años», concreta. Es una de los 23 empleados de la entidad y asegura estar «súper contenta» con su trabajo. «Sabes que estás ayudando a la gente», se alegra tras explicar que su labor arranca a las siete y media de la mañana. «Preparamos los táperes para las familias, la comida para la gente que viene aquí y la de los niños del centro de Educación Infantil ‘Entrepuentes’», enumera. «La de los más pequeños tiene que estar lista para las 11.45, que son los primeros que comen», resalta la cocinera.
Como son poco más de las 12, los niños ya están degustando sus platos. Alubias y pescado formaban este jueves su menú. Entre la cocina y la escuela solo hay un patio de separación. Un patio repleto de triciclos, balones y numerosos juguetes de todo tipo. Pegado a él, Azucena, otra de las empleadas, está con Carla, Mamadou y otros niños de entre 0 y 1 año. En un piso superior están los que tienen entre 1 y 3 años. Allí, Luna asegura que la mandarina es su alimento favorito mientras algunos de sus amigos gritan con orgullo: «Me he comido todo».
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Iñaki García
Azucena explica que el horario pedagógico es de nueve de la mañana a dos de la tarde. «Y antes de comer hacemos una asamblea, contamos
cuentos, recitamos poesías, cantamos canciones…», relata. Treinta y nueve niños son atendidos ahora en ese centro educativo, que también cuenta con una escuela de padres y que representa otro de los servicios que presta la Cocina Económica. «No somos solo es el comedor, tenemos muchos más programas», resalta el director gerente de la entidad, Javier Porres.
No en vano, en el mismo edificio que el comedor se presta el programa de acogida y atención integral. En él se incluye desde un centro de día hasta alojamiento, pasando por otros servicios. Yno muy lejos de allí se halla el alojamiento alternativo ‘Ricardo Rodríguez Martínez’, donde actualmente hay instaladas 57 personas, la mitad de ellas niños, y muchos de ellos componentes de familias monoparentales.
Los voluntarios
Cuando resta muy poco para la una de la tarde, la puerta de la sede de calle Rodríguez Paterna empieza a llenarse de gente. Desde fuera ya se aprecia el olor de la comida preparada por Pilar, Wahabi y Naoual. La fila comienza a formarse y dentro del comedor ya está todo listo para recibir a los comensales. Pilar y Mamen son dos de las personas encargadas de poner a punto las mesas. Son voluntarias, otra de las patas sobre la que se sustenta la labor de la Cocina Económica. No en vano, el año pasado hasta 147 personas colaboraron de manera desinteresada con la entidad, muchas de ellas, alrededor de 80, en el servicio de comedor.
Los voluntarios que colaboran en el reparto de comida del mediodía arrancan su labor sobre las doce y la terminan a la una y media de la tarde, aproximadamente. «Durante ese tiempo montamos el comedor, se
sirve y se reparte la comida y, al terminar, se recoge todo», relata Pilar, una de las encargadas de esa labor.
Es el momento de cortar el pan, de dejar las botellas de agua sobre las mesas y de cumplimentar todos los preparativos necesarios para disfrutar de la comida. Los platos de espaguetis y de albóndigas están listos para servirse y los voluntarios preparados para seguir con sus cometidos. Antes de que entren los comensales, Pilar y Mamen explican por qué
dedican su tiempo a ofrecer este servicio a la Cocina Económica. «A mí me ha cambiado la vida», afirma con rotundidad Pilar. «Me ha ayudado a sentirme útil», añade. «A mí también me provoca muchísima satisfacción», responde acto seguido su compañera.
Todo a punto ya y la fila se mueve. Primero, pasan por la recepción, donde reciben un ticket que entregan unos pasos después en la puerta del comedor. Una vez dentro, los usuarios deciden dónde sentarse entre los sitios que quedan libres. El espacio cuenta con una capacidad de 120 plazas y durante el año pasado se atendieron, de media, a 79 personas al día y se sirvieron 110 menús cada jornada.
Una vez que el turno de mañana finaliza, toca recoger todo para dejarlo impoluto para la tarde. Y así ocurre los 365 días del año. Para comer y para cenar. Una labor que sería imposible de realizar sin el trabajo de los empleados y de los voluntarios de la Cocina Económica, una entidad que está cerca de cumplir 130 años. «Pertenecer a esta comunidad supone establecer un compromiso con la sociedad y con uno mismo», concluye Luis Álvarez. Un compromiso que se demuestra a diario.